El
recuerdo de uno de los referentes del boxeo argentino y la lucha por
mantener su academia
Casi
nueve décadas tenía el maestro cuando sonó la campana final de su
vida el 27 de octubre, luego de estar 20 días internado en el
sanatorio Mayo de la ciudad de Santa Fe por una afección
respiratoria que lo obligó a pasar su cumpleaños número 89 en la
sala de un hospital.
“Los
discípulos son la biografía de los maestros”, decía Domingo
Faustino Sarmiento. Y vaya si la frase concuerda con esta historia.
En la década del 60 conoció Don Amilcar a un flaco desgarbado y
hosco que sería el mayor fruto de su arduo desempeño como educador,
Carlos Monzón, con quien pasó de entrenar en un precario gimnasio
de boxeo ubicado debajo de las tribunas del club Unión de Santa Fe,
a lo más alto del deporte mundial, entre 1970 y 1977, coronándose
campeón mundial de los medianos CMB y OMB y realizando 14 defensas
exitosas.
Trabajo,
disciplina y seguridad eran los principios básicos de Brusa, que
luego de distanciarse de su discípulo más exitoso y de su promotor
Juan Carlos Lectoure, partió de Argentina para buscar el éxito en
otros países, recibiendo púgiles ya forjados y transformándolos en
campeones mundiales, convirtiéndose así en el entrenador más
exitoso de Latinoamérica.
Miami,
Caracas, Los Ángeles y Barranquilla fueron las sedes de sus trabajos
donde logró consagrar internacionalmente a los boxeadores de esas
tierras, sumándolos a los éxitos obtenidos en Argentina y
culminando con un total de 15 campeones mundiales a su mando,siendo
su último éxito con la cordobesa Locomotora Oliveras, quien se
consagró campeona ligera AMB el 12 de agosto de este año.
El
boxeo argentino está de luto tras la partida de el gran maestro,
pero la leyenda continua en manos de su familia y los discípulos de
su academia, que fue despojada del club UPCN tras su muerte, en busca
de conseguir la reubicación y cumplir el último deseo de Don
Amilcar Oreste Brusa, el más grande de los maestros.
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